¿Desnudarme es quitarme los nudos?
¿Y si el mapa se dibuja mientras camino? Una carta escrita desde la cueva de las dudas
Ojalá estas palabras te encuentren bien, o no te encuentren nunca, y seas tú quien decida venir a buscarlas.
Ojalá te detengas un momento, solo uno, para honrar el lugar en el que estás. Incluso si no sabes muy bien cómo llegaste o si no estás segura de querer quedarte. Incluso si es solo un instante efímero, un momento. Ese lugar también lo construiste tú, con lo que supiste, con lo que pudiste, con consciencia o sin ella. Te trajiste a este momento. Y eso ya es algo.
Esto no es solo una carta de amor. También es un grito de auxilio, una oración entre dientes, una forma de invocar a la diosa —esa que habita dentro, fuera y en todas partes— y pedirle un milagro. Pero no uno que venga envuelto en luces y certezas, sino uno más pequeño, más honesto: un cambio de perspectiva - por que ese milagro siento que dura para siempre-. Como dice Un curso de milagros, ese es el único milagro. Y como digo yo, a veces el mayor milagro es simplemente lograr ver más allá de lo evidente.
No sé por qué empecé a escribir esto. No tenía nada claro. Solo sentí el impulso de volver. De lanzar palabras más allá de mi cuaderno, de soltarme un poco, de ser leída o escuchada o simplemente acompañar a alguien más en su duda. Hace meses que no escribo “para publicar”. Llevo un tiempo largo escribiendo solo en mi diario. Y aun así, siento que no digo mucho. A veces ni eso. Porque incluso conmigo, incluso en mi propia intimidad, me cuesta quedarme.
Últimamente me he refugiado en lo social. Salgo, hablo, río. Me lleno de cosas y personas para no quedarme sola conmigo. No por falta de amor propio —eso lo he cultivado con años de trabajo interno— sino por miedo. Miedo a quedarme en silencio y tener que escuchar todas esas preguntas que llevo semanas evitando. Esas que me incomodan. Esas que no tienen respuesta inmediata. Esas que me recuerdan que la incertidumbre es parte del proceso.
Estoy, sinceramente, perdida. Tengo que tomar decisiones grandes. Tengo que mudarme la próxima semana. Y sin embargo, me muevo como si no pasara nada. Como si la vida no fuera a cambiar nunca, cuando lo único que hace la vida es cambiar. Y esa indecisión se me escurre a todos los rincones. Me cuesta elegir qué helado comer, qué ponerme, qué decir, sobre que escribir. Todo se vuelve confuso. Me disperso.
Y como si eso no bastara, busco aprobación en cada esquina. Me convierto en eco: ¿Tú qué opinas? ¿Estoy exagerando? ¿Será que sí? ¿Será que no? Y entre tanto ruido, no escucho mi propia voz. Dudo. Y dudo de dudar. Me contradigo. Me paralizo (Por cierto, soy ascendente en Libra, si eso sirve de excusa cósmica).
Me encuentro en ese umbral del “ni de aquí ni de allá”. No quiero esto, pero tampoco eso otro. Y todas mis respuestas se reducen a un “no sé”. Pero tal vez —y esto lo digo con la ternura que me falta a veces— tal vez ese “no sé” también merezca su altar. Tal vez no saber sea también un camino. Un estar. Un ritual.
Mi amiga Jayi me dijo el otro día: “No elegir también es una elección valiente, porque es tuya”. Y me quedé pensando en eso. En cómo nos han hecho creer que la vida está hecha de certezas, como si acumular decisiones firmes fuera sinónimo de éxito, y dudar fuera siempre una forma de fracaso o parálisis.
Pero yo dudo. Dudo de mí. De lo que creo. De lo que quiero. Dudo como quien cava. Como quien se adentra en una cueva con miedo, sabiendo que no hay mapa, sabiendo que tal vez no saldrá igual. Dudo como quien se entrega a la oscuridad confiando, apenas, en el temblor del instinto.
(si voy a dudar tanto, por lo menos dotare mis dudas de propósito)
A falta de certezas, lo único que me queda es hacerme preguntas. Y mientras más pregunto, más capas se desprenden. Es como pelar una cebolla, cada duda abre otra.. Y en esa profundidad hay una forma de verdad. No una que lo resuelva todo, pero sí una que me acerca a mí misma. A mi centro. A lo que soy cuando todo lo demás cambia de forma.
Es como cuando no sabes bien qué pensar de algo, pero lo conversas. Lo hablas una y otra vez —contigo o con alguien más— y, en cada conversación, ese pensamiento se afina, se desnuda, se revela distinto. Lo mismo ocurre cuando entras en la cueva de las dudas: todo cambia muy rápido. El escenario, el tono, el contexto. La mente te lleva por quién sabe dónde. Como en los sueños, donde sin previo aviso todo se transforma. Todo se mueve, como una montaña rusa. Hasta que, de repente, despiertas dentro del mismo sueño.
Si alguna vez tuviste un sueño lúcido, conoces esa sensación: de estar más despierta que nunca. Lo mismo sucede cuando, en medio de la cueva, cazas una certeza. No cualquiera, sino una de esas certezas profundas que le dan paz al espíritu.
Y justo ahí apareces tú.
Para sostenerte.
Para agarrarte del hilo que te lleva de vuelta a tu centro. A tu conciencia.
Para respirar profundo y recordarte lo que de verdad importa.
(La cueva de la duda es el mejor playground para fortalecer la mente )
¿No sabes qué hacer? Pregúntale a tu corazón. Pero no te quedes con la primera respuesta. ¿No sabes cómo cambiar? Pregunta por qué el cambio quiere nacer. Y no te quedes con la primera razón. Porque dudar de una respuesta no es debilidad: es una forma de afinarla, de darle forma y peso. De volverla tuya. Como cuando escribes y algo no encaja del todo, hasta que una última lectura te revela: sí, esto era lo que quería decir.
Irónicamente, las únicas frases que tengo tatuadas son dos preguntas… y una certeza: gracias. Gratitud, supongo. Gratitud porque tener el tiempo para dudar, para cuestionarme, para no saber, también es un privilegio. Porque si estuviera en modo supervivencia, no habría espacio para preguntarme nada. Las certezas serían entonces una estrategia para no derrumbarme. Para seguir.
Para terminar, escribí un manifiesto a partir de unas preguntas que, sin exigirme respuestas concretas, me devolvieron a mí (te las comparto al final de esta carta). Este manifiesto es mi brújula, no porque me diga a dónde ir, sino porque me recuerda que no nací ayer. Que llevo tiempo viva —y a veces también dormida— en esta tierra. Que la vida, incluso en sus formas más torcidas y en su manera impredecible, ha sido extrañamente amable.
Este manifiesto me recuerda lo que elegí priorizar este ciclo - una promesa que me hice en voz baja el día de mi cumpleaños -. Me recuerda que tengo el derecho —no siempre ejercido, pero siempre posible— de ser mi propio hogar.
Y me lo repito cuando dudo. Cuando el deseo se me desordena. Cuando lo que anhelo no tiene forma todavía. Cuando no sé por dónde empezar. Cuando me siento torpe. O, simplemente, perdida…
🌿 Manifiesto para volver a mí
He cambiado de ciudad, de país, de idioma.
He sido hija del movimiento, de los finales inevitables, de lo que la vida me empuja a hacer incluso cuando no estoy lista.
He dejado atrás paisajes, casas, ciudades; personas que fueron hogar, bebés que cuidé como si en sus ojos se escondiera una parte de mi alma, y relaciones que dolieron como si me arrancaran algo sagrado.
He aprendido a resistir, y también a rendirme.
He sentido miedo, y aun así me he lanzado.
He escrito, incluso cuando no quería.
Me he habitado con el cuerpo tenso.
He contemplado el presente sin perder de vista el horizonte.
He abrazado la empatía sin perderme en lxs otrxs.
Y he mirado al mar con miedo… hasta que dejé de temerle.
La vida me ha hablado muchas veces desde el umbral.
No siempre fui yo quien eligió; a veces fue la vida quien me eligió para el cambio.
Y yo dije que sí.
Hoy elijo cuidar lo que me sostiene:
Mi cuerpo.
Mi relación conmigo misma.
Mi valor.
Mi autoestima.
Mi propósito.
Mi determinación y mi enfoque.
Mi libertad.
Hoy sé que necesito autonomía para expandirme.
No para huir, sino para enraizar.
No para demostrarle nada a nadie, sino para vivir en voz alta.
Quiero sostenerme sin miedo.
Quiero mirar de frente lo que soy capaz de crear,
y hacerme cargo del deseo.
He ganado amistades que son fuego lento,
una lengua que antes no conocía,
un cuerpo que aprende a habitarse,
una voz que se escribe.
He ganado el derecho de volverme hogar.
Y si la vida me vuelve a empujar,
esta vez iré con la certeza de que soy yo quien camina.
Te dejo estas preguntas por si te sirven de algo. A mi me ayudaron mucho:¿Qué decisiones importantes he tomado en mi vida que me han cambiado —aunque sea un poco— para siempre? ¿Qué sentí justo antes de tomarlas? ¿Fue miedo, certeza, impulso, intuición, resistencia, emoción? ¿Qué valor —si alguno— me sostuvo en ese momento, incluso cuando no estaba segura de qué hacer: libertad, amor propio, deseo de crecer, necesidad de soltar o sobrevivir? ¿Qué cosas dejé atrás en esos cambios que todavía me duelen: personas, lugares, versiones de mí? ¿Y qué he ganado que no cambiaría por nada, aunque haya dolido? ¿Qué partes de mí florecieron a partir de esas decisiones? ¿Y hoy, en este momento de mi vida, qué es lo que más necesito cuidar y cultivar en mí: mi autoestima, mi camino, mis relaciones, mi cuerpo, mi capacidad de sostenerme?
Y con esto me despido. Hasta la próxima.
Espero que sea pronto, porque escribir por aquí me sana.
Porque escribir esto fue pulir mi verdad un poco más.
Aunque abstracto, aunque todavía no tenga certeza de mi futuro, escribir esto me dejó más liviana.
Gracias por leerme.
Amor y brillitos,
Camila
¡Camila! 🍃
Sentí cada palabra en este escrito. Está hermoso. Siempre que habito una espiral o umbral se siente tal cual, más sin embargo la vida —en mi caso— siempre me demuestra que estoy justo donde tengo que estar, viviendo justo lo que tengo que vivir, participando de mi proceso a mi propio ritmo orgánico. No tenemos que llegar a ningún lado en específico, más sin embargo la vida nos lleva a ese lugar donde podemos regresar a nosotras una y otra vez y recordar.
¡Te mando un abrazote!
Ha sido muy lindo recibirte del otro lado de la pantalla ✨
Hola, Camila! 😊 Qué bueno leerte por aquí...
Por si te resuena y sirve de algo, hay una parte de mí que está convencida de que siempre estamos donde nos toca, y haciendo lo que deberíamos hacer. Que ni el error ni el control existen. 😌
La astrología y el paso de los años me han ido mostrando/insinuando que, a cada decisión que tomamos, todo nuestro universo se reconfigura en torno a ella para que acabemos viviendo, igualmente y a grandes rasgos, las cosas que estamos llamadas a vivir.
Como en un videojuego que aparenta dar total libertad al personaje, pero en realidad no, porque el argumento del juego ya está trazado desde el principio en sus aspectos más centrales.
Pero reconozco que luego hay otra parte de mí, más racional, que dice "Sí, ya, seguro!!" y vive preocupada y planificándolo todo a cada paso, creyéndose con agencia y capacidad de controlar el videojuego. 😅
Y entre ambas partes ando siempre. A ratos me toma la segunda, a ratos vivo en la primera. 🤷🏻♀️